Toda propuesta de reforma agraria comienza con una posible solución al problema de la tierra en Colombia, un bien concentrado, en términos generales con un uso poco óptimo y que ha sido objeto de profundos debates que han impedido que se llegue a un acuerdo concreto. Sin embargo, hasta que no se superen las diferencias frente al uso y distribución de los 113 millones de hectáreas que tiene el país tampoco será posible avanzar en temas como la productividad o la comercialización.
Entre tanto, países como Argentina, Chile y Perú explotan su vocación agropecuaria con miras al comercio internacional porque entendieron el potencial de sus recursos naturales. Mientras nuestro uso agrícola se estancó en 6,3% del suelo total rural (7,1 millones de hectáreas), según el Dane, el de ellos alcanza 54,4%, 21,3% y 19%, respectivamente, de acuerdo con cifras del Banco Mundial.
La pregunta entonces es: ¿Vale la pena seguirnos estancando en el primer paso?