Biofertilizantes: complementarios y no excluyentes
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María Helena Latorre

Biofertilizantes: complementarios y no excluyentes

18 de diciembre de 2024
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El cuento parece de ficción, pero no lo es, tampoco sucedió hace mucho tiempo en un mundo de fantasía. Resulta que, en abril de 2021, Gotabaya Rajapaksa, por ese entonces presidente de Sri Lanka, prohibió de tajo la importación de fertilizantes y plaguicidas químicos a la isla asiática, con la intención de cumplir su promesa de campaña de erradicar los insumos sintéticos para la nutrición y protección de cultivos en el país.

La medida, tan improvisada como acelerada, apenas estuvo vigente durante siete meses, por cuenta de sus nefastos resultados: caída en picada de la productividad en cultivos clave —para consumo interno y exportaciones—como arroz (- 40 %), té y caucho, caída en los ingresos de los agricultores, alza generalizada de precios, aumento de la malnutrición… en fin, en medio de una tormenta perfecta, Gotabaya tuvo que huir en julio de 2022 del país, ante el descontento popular que irrumpió en el palacio presidencial.

Las lecciones que nos deja el caso Sri Lanka no las podemos perder de vista, sobre todo cuando el 13 de octubre se celebra el Día Mundial de los Fertilizantes, fecha en que se conmemora el aniversario de la patente de Haber-Bosch, proceso por el cual se sintetiza el amoniaco, elemento clave para la producción de fertilizantes.

En primer lugar, hay que reconocer que pensar en una economía agrícola enteramente orgánica es aún una utopía, ya sea para alimentar a una isla pequeña como Sri Lanka (superficie similar a la de Anitoquia), o a la creciente población mundial que, según cálculos de la ONU alcanzará los 8.600 millones de personas para 2030.

En ese orden de ideas, hay que entender a los bioinsumos —tanto fertilizantes como plaguicidas— como alternativas que se suman a los productos de síntesis químicas y demás tecnologías que facilitan una óptima e inteligente nutrición y protección de los cultivos.

Es decir, se les deben ver como herramientas cuyas bondades son complementarias y no como opciones excluyentes. La unión hace la fuerza, reza el viejo adagio.

Países como Brasil ya le están sacando provecho a ese Manejo Integrado de Cultivos. En el gigante suramericano, por ejemplo, la combinación de bioinsumos y productos de síntesis química ha significado un aumento del rendimiento del 20 % en el cultivo de soya, es decir, un alza del volumen de producción de 3 a 3,6 toneladas por hectárea, que a su vez representan una mejora en los ingresos de los agricultores, al pasar de US$1.200 a US$1.440 por hectárea.

Y si Brasil lo está logrando, ¿por qué Colombia no lo puede hacer también? Afortunadamente, la respuesta es alentadora. En nuestro país están presentes varias compañías que ya tienen en sus portafolios de productos bioinsumos para la protección y nutrición de cultivos, que además cuentan con 13 plantas de producción en nuestro territorio, lo que sin duda es una ventaja competitiva si nos la jugamos por el Manejo Integrado de Cultivos.

Antes que caer en una falsa dicotomía entre los bioinsumos y los productos de síntesis química (tal y como sucedió en Sri Lanka) es definitivo que entendamos que su unión trae mejores resultados —tanto en productividad y calidad de las cosechas, como en el impacto ambiental—, que si optamos por un único camino, dejando de lado las lecciones y avances que la agricultura mundial ha alcanzado desde hace más de un siglo.

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