Colombia, con su vasta diversidad climática y geográfica, tiene el potencial de convertirse en un líder en el desarrollo agro industrial sostenible mediante la aplicación de la biotecnología vegetal.
En este contexto, las semillas genéticamente modificadas, particularmente en el caso del maíz, representan una oportunidad clave para fomentar la conservación del medio ambiente, reducir la contaminación de aguas residuales y disminuir la dependencia de agro químicos.
El uso de estas semillas no solo presenta beneficios ambientales, sino que también abre la puerta a una alta productividad que puede tener un impacto significativo en la seguridad alimentaria y la economía nacional.
Este enfoque estratégico puede no solo reducir la dependencia de importaciones de granos, sino también abastecer de manera más efectiva las necesidades de producción de proteína animal básica, fortaleciendo así la seguridad alimentaria de toda la población colombiana.
El uso de la biotecnología para la productividad del campo colombiano está acorde a los planteamientos del gobierno nacional por lo que quisiera aquí hacer referencia a un mensaje en la red social X del pasado 21 de enero del presidente Gustavo Petro. “Los datos de agricultura han sido excepcionales y no se veían desde hace mucho tiempo.
El secreto está en aumentar la rentabilidad agraria y en la reforma. Pero si no hay industrialización la misma abundancia llevará a la ruina. La industrialización del café, la papa, la leche, el maíz, el arroz, las hortalizas, en manos de las cooperativas de los mismos productores directos. Sin esto la riqueza no llegará al campo. La industrialización nos debe llevar a otra fase de la agricultura, el uso racional del agua y la exportación”.
Igualmente traigo a colación algunos planteamientos del economista francés Thomas Piketti en su último libro del 2023: Naturaleza, cultura y desigualdades. “Pero lo más interesante como conclusión tácita es que no habrá solución a las desigualdades si no se llega a niveles de productividad competitivos”.
“Y qué decir de lo que debería representar el potencial de la tecnología, hoy en la era en que el conocimiento y la innovación son el mayor factor de producción.” Además, plantea la necesidad de políticas que incentiven la inversión en sectores productivos y tecnológicos, lo que podría impulsar un crecimiento económico más inclusivo.
Estos postulados, tanto del presidente de Colombia, como de uno de los economistas más destacados a nivel mundial, nos permiten plantear que a través de la competitividad en la producción agrícola y apoyándonos en la innovación y la tecnología, es como lograremos cerrar las brechas de la desigualdad en las que el país está inmerso.
El maíz, como componente fundamental de la dieta animal, puede ser cultivado de manera más eficiente, proporcionando una fuente sostenible y asequible de alimento para las cadenas de producción de aves, cerdos, peces, mascotas y ganado. Esto no solo fortalece la cadena de suministro para la producción de carne, huevos y productos lácteos, sino que también contribuye a la estabilidad de precios en el mercado interno.
El cultivo con semillas de maíz mejoradas, diseñadas para resistir plagas es más productivo. La reducción de la dependencia de importaciones no solo disminuirá la vulnerabilidad a las fluctuaciones del mercado internacional, sino que también genera oportunidades para el crecimiento económico a través del desarrollo de la agroindustria local.
Es la oportunidad que tienen no solo los grandes productores, si no los medianos y pequeños a través de las asociaciones, de incursionar en modelos a escala y de reducción de brechas tecnológicas con instrumentos como la agricultura por contrato que hoy lleva a cabo la iniciativa Soya - Maíz Proyecto País.
En conclusión, este enfoque estratégico contribuye a la resiliencia económica, generando oportunidades para el desarrollo de pequeños, medianos y grandes productores, así como de la agroindustria, promoviendo un sistema alimentario más sostenible y autosuficiente para el país.