Territorios vitales, unos nuevos lentes para observar el agro colombiano
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Juan Sebastian Correa

Territorios vitales, unos nuevos lentes para observar el agro colombiano

11 de septiembre de 2019
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Que los humanos vivamos principalmente en ciudades y no en el campo es un evento relativamente reciente para el mundo. A nivel global, el porcentaje de población urbana solo superó a la población rural en el año 2007. En Colombia, el punto de inflexión se dio en el año 1963, cuando contábamos con apenas 18 millones de habitantes. Somos, en comparación con el promedio mundial, pioneros en el arte de urbanizarnos y tal vez por ello mismo sufrimos una especie de miopía a la hora de entender nuestra ruralidad.

El primer síntoma de esta miopía tiene que ver con la forma como interpretamos los territorios desde la distancia, con la falta de empatía que suele permear los análisis y que lleva a muchos reformistas y a muchas compañías a usar visiones reduccionistas del progreso. La idea de que el agro se atiende mediante elementos aislados entre sí y con propuestas de acceso, es producto de ese distanciamiento nocivo que no se preocupa por integrar servicios y que constantemente irrespeta el tiempo escaso del productor. Hoy en día, un productor recibe de manera separada la asistencia técnica, y la capacitación en temas empresariales, la cual muchas veces desconectada de su realidad. La obsesión por que un productor aprenda de contabilidad es un claro reflejo de nuestras aspiraciones, de nuestra visión urbana de progreso.

En materia de servicios financieros, los productos también llegan aislados y una muestra clara de la falta de entendimiento del mundo del productor agrícola son los documentos solicitados en un proceso de desembolso. Si un productor se acerca a una entidad bancaria a solicitar un crédito, es posible que le pidan el estudio de títulos pero que nadie le pregunte por el estudio de suelos.

El segundo síntoma se evidencia en la manera, muchas veces simplista, en que promediamos la complejidad del mundo rural. Caemos en trampas del lenguaje que no nos ayudan a resolver el problema: no es cierto que ruralidad sea sinónimo de agro ni que agro sea un término universal para describir lo que sucede con los cultivos de un territorio. No es lo mismo el agro en municipios como Jardín y Andes en el suroeste antioqueño, donde hay más de 5.500 productores cafeteros con cerca de 13,000 hectáreas, que hablar de agro en Ituango, otro municipio del mismo departamento, donde hay pocas empresas privadas activando la demanda de productos y se presentan graves problemas de seguridad e infraestructura.

Andes y Jardín hacen parte de lo que podríamos denominar un territorio vital, aquel que está conectado a redes de comercio y que cuenta con tradición y dinamismo. Ituango por su parte, se encuentra en una fase anterior, más emergente, donde los prerrequisitos de confianza que se requieren para la vitalidad del territorio aún están en la lista de pendientes.

Si lo que queremos es que la ruralidad aloje territorios agrícolas vitales, será necesario dejar por un momento las oficinas, quitarse la corbata y ponerse las botas para salir al campo. Solo de esta forma podremos entender, más allá de los datos aislados, cómo se estructura la realidad en los distintos territorios, cuáles son sus vocaciones pasadas, sus potenciales futuros y el verdadero dinamismo económico de su presente.

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