Hoy quiero compartir una parte de mi vida que pocos llegan a comprender realmente. Vivir con una discapacidad es un desafío que te transforma desde lo más profundo, te cambia la manera de ver el mundo y de vivirlo. Antes de que esta realidad me tocara, yo era imparable, siempre con prisa, siempre corriendo.
Pero la vida me enseñó a frenar, a aprender a vivir con calma, a depender de manos amigas que, aunque no siempre las eliges, se convierten en tus mayores aliadas. Esta experiencia, a veces dolorosa, te invita a descubrir una paciencia y una fortaleza que quizás no sabías que tenías.
A partir de ese momento, comienzas a depender de otra persona en casi todos los aspectos de tu vida. Aunque esa persona se convierte en un verdadero ángel para ti, muchas veces no es alguien que tú elijas, sino alguien que aparece por la necesidad misma de la situación.
Esto trae consigo las dificultades de ajustar tus tiempos y limitar tus salidas, ya que dependes, en gran medida de esa ayuda.
Sin embargo, mi mensaje no es para lamentar lo que falta, sino para compartir lo que he aprendido y cómo la discapacidad, lejos de definirme, me ha fortalecido. En lugar de rendirme ante la adversidad, he decidido enfrentarla, adaptarme y seguir adelante. Porque rendirse no es una opción.
A lo largo de este camino, he aprendido que para superar los retos más difíciles, hay tres pilares fundamentales. El primero es la fe, la creencia en algo superior, sea cual sea tu religión o espiritualidad. En mi caso, todos los días pido a Dios y a mis Virgencitas que no me abandonen, que me den la fuerza para enfrentar lo que venga. Hasta ahora, no me han fallado.
El segundo pilar es la familia, ese lugar donde encontramos consuelo y fortaleza en los momentos más difíciles. Mis hijos han sido mi mayor fuente de motivación y esperanza. Especialmente mi hijo menor, quien todavía necesita mi guía y apoyo.
Ellos son mi impulso para levantarme cada día y seguir adelante, sin importar los retos. Sé que, cuando las dificultades se presentan, la familia es el refugio que nos mantiene de pie y nos recuerda que siempre hay algo por lo que vale la pena luchar.
El tercer y más importante pilar es la esperanza. Porque no importa cuán oscura sea la noche, el sol siempre volverá a brillar. La esperanza debe ser nuestro motor, lo que nos impulsa a seguir luchando, a no rendirnos ante ninguna limitación.
Mi mensaje es para todos, vivan o no con una discapacidad. Para quienes sienten que no hay salida, para quienes creen que no hay esperanza. ¡Ánimo! Siempre se puede. No dejen que las circunstancias los definan.
Hoy, Aexgan se enorgullece de ser el primer y único gremio del país en tener a un dirigente gremial en condición de discapacidad, demostrando que las barreras están para romperse y que, con voluntad y perseverancia, todo es posible.
Esto no solo es un logro personal, sino un ejemplo para todos de que los límites solo existen en la mente. ¡Somos capaces!