La historia cuenta que, hace 10 a 12.000 años, cuando el Homo sapiens empezó a domesticar diferentes plantas y nació la agricultura, las semillas se diseminaron por el planeta, llevadas por exploradores, colonizadores y conquistadores. La versión moderna de esta migración benefició, en siglos recientes, a continentes que encontraron en los cultivos altamente tecnificados la base de su seguridad alimentaria y, que incluso les dio poder económico en el escenario internacional.
Pero no todos los cultivos migrantes fueron exitosos en nuevos lugares. Múltiples dificultades emergieron con el tiempo, causando hambrunas e incluso desastres humanitarios derivado de su alta dependencia, pues las sequías, las inundaciones y las enfermedades y plagas hicieron de las suyas. Tal vez el caso más recordado fue el de la gota de la papa en Irlanda en 1846, que ocasionó la muerte de más de un millón de personas.
En Colombia fuimos beneficiarios de cultivos tan arraigados como el arroz, la caña y el café que vinieron del sudeste asiático, de Nueva Zelanda y de Etiopía, respectivamente. Igualmente, el flujo de recursos genéticos nos afectó, en sentido contrario, porque nuestra papa andina apareció en Irlanda y Europa, el cacao amazónico en África y el algodón se diseminó por el mundo.
Aún hoy vemos cultivos que van errantes por nuestra geografía, en busca de un hogar estable y definitivo. La papaya, por ejemplo, se ha sembrado en los últimos 30 años en Valencia (Córdoba), en el piedemonte llanero desde el Meta hasta Arauca y más recientemente en el norte del Valle de Cauca. El culpable de este desplazamiento es la enfermedad del virus de la mancha anular de la papaya. Un destino similar vivió el algodón con la plaga del picudo, que lo hizo casi desaparecer de la costa Caribe en la década del 80.
Otros cultivos sí han encontrado la anhelada tierra prometida. El caucho natural se tuvo que ir del Amazonas en busca de un mejor clima, donde el mal suramericano de las hojas no lo destruyera y se asentó en las sabanas brasileñas y colombianas. El maíz y la soya, una rotación virtuosa para la cadena avícola y porcícola, conviven armónicamente en las extensas sabanas de la altillanura colombiana. La naranja tangelo Minneola, tan apreciada por los consumidores de las grandes ciudades, solo se puede sembrar donde las condiciones de clima no sean favorables a alternaria, un hongo devastador que le dañaría su calidad; razón por la cual encontró su nicho productivo en el suroeste antioqueño. El aguacate hass hasta ahora inicia, en nuestras montañas, el proceso de adaptación en busca de su hogar definitivo.
La historia descrita en estos párrafos involucra conceptos de adaptación de las especies, flujo de recursos genéticos, resistencia a enfermedades, zonas de escape, agricultura específica por sitio y muchas otras estrategias que deben ser manejadas por el Sistema Nacional de Innovación Agropecuario Colombiano con sus instituciones renovadas y fortalecidas para diseñar escenarios productivos de alto valor para nuestros empresarios y productores del campo.