En los últimos días el Gobierno se ha dedicado a mostrar los resultados comerciales que se lograron con China, entre los que destacan las metas de ventas de café, aguacate hass y banano. Este último uno de los más esperados por la industria agrícola local, porque sería la puerta para que los bananeros superen la barrera de ventas por US$1.000 millones al año a otros países.
A la fila también siguen las expectativas por lograr acuerdos para las exportaciones de carne bovina y porcina ante la peste del cerdo que ha sacudido al gigante asiático durante los últimos seis meses.
Sin embargo, luego de conocer los resultados tan positivos para el comercio, unos pequeños líderes productores de regiones como la Amazonía, o Caquetá, anunciaron su intención de querer ser incluidos en los planes futuros para enviar sus productos al extranjero.
Esto es con frutas de las que poco se hablan incluso en ciudades colombianas como el camucamu, cocona, copoazú, entre otros productos exóticos.
Y sus nombres para muchos no pueden decir bastante, pues incluso según Asohofrucol, las frutas exóticas equivalen a no más de 3% del negocio frutícola. Incluso eso explica porqué muy pocos productores se han dedicado a mantener sus cultivos para producción comercial.
A lo anterior se suma que hay algunas especies que requieren ciertos cuidados si se decide cultivar en suelos que no son los nativos, pues muchas de ellas dependen de una condición ambiental que solo se consigue en las selvas colombianas.
Pero más allá de esto, el negocio tiene cómo crecer si se mira desde la rentabilidad. Hoy en día un kilo de frutos de corte como arazá se negocia en ciudades como Bogotá y Medellín entre $10.000 y $15.000; y el precio en finca es inferior a $4.000. El problema aquí entonces es cómo esos pequeños productores se conectan con las grandes ciudades y porque no, con otros países de la región.