En el último mes, en los medios de comunicación, se escucha hablar cada vez más del fin de la guerra, la paz, el posconflicto y el plebiscito. Todo ello como consecuencia de las negociaciones que se adelantan entre el Gobierno y la Farc en La Habana y que se da por seguro culminarán en próximos meses con la firma de los acuerdos. Más allá de la divergencia que se ha generado éste es un escenario para pensar en el campo.
Al sector rural y al campesino que conforma gran parte de su población, debe saldársele la deuda que desde hace más de 50 años se les tiene, casi el tiempo del conflicto armado.
Hoy las condiciones de vida siguen siendo precarias. El campesino en muchos sectores del país aún no cuenta con los servicios básicos que le permitan a él y sus familias vivir en condiciones dignas.
Se agrega, la falta de infraestructura y de estímulos económicos, aspectos que han traído como consecuencia que la población actual esté conformada por personas mayores de 40 años y que los jóvenes no encuentre allí una alternativa viable para su vida. Esto los ha llevado a migrar a las ciudades en busca de lo que bien pudiera aportárseles por el Estado con un gran beneficio, no solo para ellos, sino para la economía del país, pues indudablemente somos un país con vastas extensiones de tierra a la espera de ser explotadas, claro está, en forma responsable.
En Colombia ya se habla de cómo la agroindustria será fundamental en el crecimiento económico del país, al igual que otros sectores como el turismo, incluso se escuchan voces que nuestro territorio podría ser una gran despensa mundial.
Pero, nada de ello ocurrirá si no establecen políticas a corto y mediano plazo que incentiven, no solo la inversión en el agro, sino a quienes generación tras generación lo han cultivado con esfuerzo y tesón.