Colombia y su deuda con el suelo
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Cesar Palacio

Colombia y su deuda con el suelo

25 de noviembre de 2025
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En Colombia predominan los suelos ácidos. Según la Subdirección de Estudios Ambientales del IDEAM, cerca de 80 % de los suelos nacionales presentan un pH desfavorable para los cultivos, y algunos estudios estiman que hasta 90 % de la agricultura del país se desarrolla bajo condiciones de acidez persistente. El profesor Nelson Walter Osorio, de la Universidad Nacional de Colombia, ha identificado esta característica como uno de los principales limitantes de la productividad agrícola.

Esta realidad, ampliamente documentada en zonas del trópico húmedo y andino, entre otras condiciones, está asociada a la alta pluviometría, la lixiviación de cationes básicos (Ca²⁺, Mg²⁺, K⁺, Na⁺) y la presencia de órdenes edáficos como Inceptisoles, Entisoles, Andisoles, Oxisoles, Ultisoles, Molisoles y Vertisoles, suelos con características físicas y químicas particulares que definen sus necesidades de enmiendas y manejo específico.

La corrección de la acidez del suelo es una parte fundamental del desafío para incrementar la productividad agrícola del país. La recuperación de la productividad agrícola en Colombia pasa por entender el suelo como un sistema vivo, en el que interactúan componentes físicos, químicos y biológicos.

Las enmiendas mejoran la base química, pero deben acompañarse de prácticas que fortalezcan la salud del suelo, como la incorporación de materia orgánica, la rotación de cultivos, el manejo racional del agua y el fomento de una microbiota activa. En este sentido, las enmiendas deben verse como un punto de partida primordial dentro de un enfoque integral de manejo regenerativo, donde la sostenibilidad se construya desde la biología del suelo.

Esta columna la escribimos en conjunto con Juan Guillermo Naranjo, gerente general de Río Claro, motivados por una conversación técnica que sostuvimos durante la feria Agrofuturo en Medellín (2025). En ese diálogo coincidimos en la necesidad de replantear el uso de enmiendas en los suelos agrícolas colombianos, especialmente en aquellos de marcada acidez.

A partir de ese intercambio, estructuramos este análisis con base en datos técnicos, estudios nacionales y experiencias internacionales que evidencian la urgencia de avanzar hacia un manejo más eficiente y estratégico de los suelos en el país. En Colombia, mientras se emplean cerca de 2 millones de toneladas de fertilizantes edáficos al año, apenas se aplican unas 500.000 toneladas de enmiendas en el mismo periodo.

De acuerdo con el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, 2015), las estrategias más urgentes para fortalecer la fertilidad y la sustentabilidad de los suelos tropicales son dos: la promoción de inversiones para identificar y aprovechar depósitos de minerales calcáreos y fosfatados, junto con la construcción de plantas de procesamiento y distribución; y el impulso a la infraestructura de compostaje que permita producir fertilizantes orgánicos de bajo costo a partir de residuos urbanos y rurales. Ambas acciones coinciden plenamente con los retos estructurales que enfrenta Colombia.

La comparación con Brasil resulta particularmente reveladora. En ese país, las estrategias de corrección de acidez del suelo han sido decisivas para la transformación productiva. Scheid y Guimarães, de la Universidad Federal de Lavras, definen la relación enmienda-fertilizante (REF) ideal para suelos tropicales ácidos entre 2,0 y 1,0 kg de enmienda por cada kilogramo de fertilizante. En Brasil, la REF promedio nacional alcanza 1,2 kg/kg, con un uso medio de fertilizantes de 300 kg/ha, lo que ha permitido productividades agrícolas que en algunos casos son entre 30 y 40% superiores a las de Colombia.

En contraste, estimaciones sectoriales indican que en Colombia la relación enmienda–fertilizante (REF) apenas alcanza entre 0,25 y 0,32 kg/kg, es decir, cerca de 250 a 300 kg de enmienda por cada tonelada de fertilizante. Esta cifra refleja una aplicación muy por debajo de la observada en países como Brasil o Costa Rica. En la práctica, fertilizamos mucho más de lo que corregimos el suelo, lo que reduce la eficiencia de los nutrientes, eleva los costos y limita los rendimientos potenciales. Esta brecha estructural representa una gran oportunidad de mejora para nuestra agricultura frente a países que han basado su competitividad en la gestión química, física y biológica del suelo.

La experiencia brasileña demuestra que el aumento de productividad parte del manejo integral del suelo. Hasta los años setenta, la agricultura de ese país se concentraba en zonas de buena fertilidad natural. Con la creación de EMBRAPA en 1973 y el desarrollo de tecnologías adaptadas a los suelos del Cerrado —región de baja fertilidad, altos contenidos de aluminio y hierro y bajos niveles de fósforo—, Brasil logró expandir su producción en casi 300 % con solo 36 % más de área cultivada.

El proceso en Brasil comenzó con la corrección química mediante enmiendas minerales ajustadas según los análisis de suelo, lo que permitió elevar el pH, reducir el aluminio tóxico y aumentar los niveles de calcio y magnesio. Posteriormente, se promovió el incremento de materia orgánica con la aplicación de residuos de cosecha, subproductos industriales y cultivos de cobertura incorporados al suelo. A partir de los años noventa se consolidó la práctica del plantío directo o labranza mínima, que eliminó el arado, redujo la erosión y mejoró la conservación de la estructura del suelo.

Finalmente, en la década de 2000, la aplicación de yeso agrícola (CaSO₄·2H₂O) permitió corregir la acidez en profundidad sin alterar la estructura conservacionista, neutralizando el aluminio y distribuyendo las bases (Ca, Mg, K) en el perfil. Este conjunto de prácticas permitió un mayor desarrollo radicular, mejor resistencia a la sequía y un salto significativo en la productividad agrícola.

Los estudios del Comité Estratégico de la Soya de Brasil (CESB) muestran que, en el trópico, las variables que más pesan en la productividad son el clima, el manejo y el suelo. Aunque el clima tiene un papel determinante, es poco controlable; por ello, el manejo del suelo es el factor con mayor margen de mejora, especialmente en países como Colombia, donde aún son escasas las áreas con sistemas de riego y drenaje tecnificados.

En diferentes investigaciones desarrolladas por el CIAT, Agrosavia y el Ministerio de Agricultura en la altillanura colombiana, se ha evidenciado que la productividad de cultivos como maíz, arroz y soya está estrechamente relacionada con variables del suelo —entre ellas el magnesio, la capacidad de intercambio catiónico, el pH, la saturación de aluminio y la textura—, lo que confirma que el manejo edáfico es la base de la productividad agrícola nacional.

Existen además alternativas tecnológicas de alto nivel disponibles en el país. En el Altiplano Boyacense, investigaciones de la Universidad de Ciencias Aplicadas y Ambientales (UDCA) demostraron que dosis de hasta 16 t/ha de CaCO₃ eran necesarias para neutralizar el aluminio y elevar el pH a valores de 5,5 en suelos sulfatados ácidos, mientras que en otros casos bastaron 4 t/ha de materiales combinados —cal viva, dolomita y escorias— para obtener resultados equivalentes.

En el Caribe, la Universidad de Córdoba y Agrosavia evaluaron el uso de cal agrícola y biocarbón obtenido de residuos de maíz, observando que este último redujo la acidez intercambiable de 8,2 ± 0,8 a 1,9 ± 0,3 meq·100 g⁻¹ y mejoró la disponibilidad de nutrientes, superando incluso la eficacia de la cal agrícola tradicional.

Es importante resaltar que en Colombia ya existen alternativas de enmiendas con origen térmico o de composición bioquímico–orgánico–mineral que han demostrado resultados agronómicos sobresalientes con dosis muy inferiores a los materiales tradicionales. Estas formulaciones, que combinan componentes minerales con matrices orgánicas y procesos térmicos de activación, logran una neutralización más eficiente y una liberación progresiva de nutrientes, representando una evolución frente a las fuentes convencionales.

Toda esta evidencia converge en una misma conclusión: la acidez del suelo no es solo una característica química, sino un obstáculo estructural para la productividad agrícola nacional. La presencia de Al³⁺ y H⁺ en niveles elevados afecta el crecimiento radicular, limita la absorción de fósforo y reduce la eficiencia de los fertilizantes aplicados, en especial de los nitrogenados.

Aumentar el pH del suelo mediante enmiendas modifica el equilibrio químico positivamente, precipita el aluminio o lo transforma en formas no perjudiciales para el desarrollo de la agricultura, permite mejor aprovechamiento de los fertilizantes a aplicar, eleva la saturación de bases y mejora la disponibilidad de nutrientes esenciales como calcio, magnesio y fósforo.

Desde una perspectiva de gestión agroindustrial, la baja relación enmienda/fertilizante representa una gran oportunidad. Elevarla hacia valores cercanos a 1,0 kg/kg podría generar un salto cualitativo en la productividad agrícola de Colombia, similar al observado en los sistemas brasileños y costarricenses, donde los programas de encalado y remineralización del suelo son pilares del manejo agronómico.

En síntesis, la subutilización de las enmiendas agrícolas en Colombia constituye un cuello de botella estructural para el desarrollo del agro. Corregir la acidez del suelo no debe verse como un gasto adicional, sino como una inversión esencial para mejorar la eficiencia de la fertilización, incrementar el rendimiento y construir una agricultura más rentable, sostenible y competitiva para el país.

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