Educación rural en la selva colombiana
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Educación rural en la selva colombiana

Pensar la educación en la selva y para la selva es quizás una de las aventuras más apasionantes.
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La extensión del territorio colombiano llama la atención para muchos por la gran biodiversidad que se observa a lo largo de cada tramo, en especial si hablamos de la superficie rural, en ella no sólo se evidencian los diferentes especímenes que la embellecen, sino también otras formas de cómo conviven las comunidades, cómo construyen modelos de subsistencia y educación que hacen atractiva la labor de comunidades que están en la espesura de esos territorios y que en ocasiones son poco conocidas por habitantes de las áreas urbanas.

Tuve la oportunidad de constatar hace un tiempo que en Caquetá la alimentación escolar es una ilusión, algo que se evidencia en prácticamente todas las obras educativas que visité en aquella época; dos meses antes pasaba por el río Putumayo y la situación no era distinta. Los maestros trabajan con las uñas, animados por la gran energía de los chicos y de los padres de familia, que en muchos casos los hospedan y les dan de comer.

El 42% de nuestra superficie la compone la Selva Amazónica, aquel que se asoma a la selva comprende lo rural en su dimensión menos conocida. Lejos de la caricatura de un pequeño potrero en una ladera en el que una vaca de comercial posa para la cámara, lo rural-selvático es otro cuento y la educación en la selva sí que es otra cosa. ¿No es acaso obvio que el 42% de los “territorios educativos” requieren un enfoque diferencial? Imagino una fuerza educativa de carácter nacional, volcada con todas sus fuerzas a hacer de la educación el motor del desarrollo social de casi la mitad de nuestro país. Dicho motor no se puede parecer a los colegios de las embajadas de Bogotá. Allí, en la selva, aún se hablan más de 50 lenguas con las cuales estamos en deuda histórica por revitalizarlas y por fin, incluirlas en nuestros currículos, nuestras preocupaciones, nuestros presupuestos y nuestras investigaciones.

La situación contrasta con la increíble creatividad que despiertan estas regiones de nuestra patria: los ríos, las selvas, las sabanas, los valles, y en general la exuberancia de todos los lugares nos indica que si algo es posible en el mundo en materia educativa es aquí, Kichwas, Muruis, Koregüajes, Sionas, Ingas y tantos otros pueblos de este pulmón del mundo al que tenemos la fortuna de pertenecer, tal vez conserven las claves de lo que puede ser la revolución educativa que queremos forjar.

Pensar la educación en la selva y para la selva es quizás una de las aventuras más apasionantes a las que me he enfrentado. Allí entre ceibas y malocas he tenido que reconocer con humildad que la educación es una cosa distinta: que el país está desperdiciando toda su riqueza cultural en búsqueda de un punto más en las pruebas PISA mientras sigue descendiendo, punto por punto, escuela por escuela y niño por niño, en la calidad, el reconocimiento y la justicia educativa para quienes nos dan el aire que respiramos a toda la aldea global; para quienes de seguro, sabrán con generosidad salvarnos de nuestras catástrofes y enseñarnos a vivir en paz.

Urge pues, una apuesta educativa amazónica en estos tiempos de posacuerdo y de imaginación de futuro, es necesario fortalecer todas las iniciativas que ya están funcionando y crear programas, materiales didácticos en lenguas, centros educativos, formar y dignificar maestros y finalmente cambiar nuestra forma de pensar y dejar de querer ser una potencia educativa frente a otros países para empezar a ser una presencia educativa al interior de nuestra patria, una presencia con esencia rural.

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